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Bandidos en la Patagonia: Elmez, un bandolero romántico

Bandidos en la Patagonia: Elmez, un bandolero romántico:

 

Víctor Manuel Elmez se llamaba. Había nacido en la región de la Araucanía por el 1907 pero algunos “problemas” con los Carabineros lo obligaron a cruzar la cordillera. Tenía 21 años; confiaba en sus habilidades y había incorporado algunos mitos que movilizaban a los migrantes. El principal: en la Patagonia se puede hacer fortuna. No resultó de esa forma: en poco tiempo protagonizó un raid de asaltos y fugas junto al famoso Juan Bautista Vairoleto; pasó años en prisión y terminó a los tiros, en un meando oscuro del río Negro. Más culto que el promedio de los colonos, más astuto que otros, llegó a liderar su propia banda y a generar una leyenda en el Alto Valle de los años ’30. Tuvo su final de leyenda: con un arma en la mano, intentando escapar de la policía, a metros nomás de concretar un nuevo escape.

El académico y escritor César Fernández lo retrató en la novela histórica “Elmez, bandoleros en Patagonia”, donde da cuenta de las aventuras de un personaje que dio tanto que hablar en su momento. Desde su llegada de los pagos de Temuco, su decisión de atenuar su acento trasandino para no despertar resquemores, al momento en que el destino lo hace tropezar con otra aventura. En una chacra de Cipolletti se cruzaban los destinos del chileno Elmez y el pampeano Vairoletto.

Años de caminos de tierra y comunicaciones difíciles, en las que un buen caballo y una red de protección eran todo para poder mantenerse fuera del radar de la policía. Tiempos de golpes rápidos en almacenes de ramos generales que funcionaban como entidades financieras para los colonos de la época. Con poblaciones dispersas, con policías escasos, eran una tentación para el golpe audaz y la huida veloz. 

 

 

Elmez y Vairoleto fueron algo más. Una capacidad de liderazgo sobre sus pares. Habilidades en el uso de las armas o en el conocimiento del territorio. Una actitud a lo “Robin Hood” de repartir el producto de los robos a cambio de alojamiento y seguridad. Así fueron generando una leyenda que trascendió el tiempo.

En el caso de Elmez, 11 atracos cometidos entre Villa Regina y 25 de mayo hablan de la capacidad de desplazamiento de su banda. Hubo dos muertes no probadas por la justicia, pero otras dos que lo pusieron en la mira de la policía territorial: la de los agentes Macedonio Reynoso y Narciso Vidal.

Se destinaron esfuerzos especiales para lograr su detención y lo consiguieron. Para abril de 1932, Elmez se había conchabado en una chacra de Roca, un camuflaje que esperaba le permitiera pasar desapercibido. No fue el caso. Una partida de 10 agentes vestidos de civil llegó disimuladamente y en un descuido, lo arrestaron. De Roca, a la cárcel de Viedma “para esperar el juicio”. El preso aguardó una oportunidad o una condena que le pusiera límite a la espera. Pero al parecer, aquella justicia estaba cómoda con el statu quo y demoraba las definiciones. Cinco años había pasado entre el penal de la capital provincial y el de Roca. Cinco años en los que rogaba por una definición para su vida. 

El 25 de octubre de 1937, tras un nuevo pedido frustrado de ir a juicio, Elmez aprovechó el descuido de sus guardias, se apoderó el camión que los transportaba y huyó. La policía estaba especialmente motivada: no habría escapatoria. Sería a todo o nada. Si el bandido llevaba una ventaja de horas, la larga ausencia le había hecho perder gran parte de su red de apoyos. Sería cuestión de tiempo. El 30 de octubre, una partida lo encontró en proximidades del río, entre Allen y Cervantes. Elmez intentó llegar hasta el agua; fue alcanzado por dos impactos de bala y se perdió en la oscuridad. Al día siguiente encontraron su cuerpo a unos 150 metros del lugar de la escaramuza.

Muchos no dieron crédito al informe oficial. En el pueblo, algunos con miedo, otros con reverencia, pensaban que el chileno había burlado una vez más a la fuerza policial. Por eso el juez dispuso la publicación de la foto del cuerpo. Elmez fue enterrado en el cementerio de Roca.

Durante su prisión escribió unas memorias en verso. “Noche oscura y tempestuosa / perdurable en mi memoria / que dejó una gran historia / en mi alma borrascosa / Me arrebató la luz, la gloria / lo sublime y lo solaz / Me hize malo, me hice audaz / y con mi amargura por bagaje / me aparté del buen camino / y me di al bandidaje”

Unos días antes de su última fuga, Elmez se las entregó al director del periódico “Alto Valle”, Antonio Vidal Oliver.

César Fernández recupera aquella historia en la novela y recrea el momento, las anécdotas y los silencios de una etapa.

Gentileza anr

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