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Ganar en la vida: la historia de amor que supera todas las barreras

Ganar en la vida: la historia de amor que supera todas las barreras

Con la oscuridad del día, Luis y Milagros se levantan. Son las seis de la mañana y deben ir al centro a hacer unos trámites relacionados con la salud. Minutos antes del mediodía, cruzan la calle hacia la parada de colectivos. Él lleva en la mano derecha un bastón blanco con el que tantea el camino, con la izquierda tira del carro en el que va sentada Mili, detrás suyo. Mientras esperan, dicen que tienen una historia de amor para contar, e invitan “a casa a tomar un café”.

A los dos días, suena el timbre y Luis se apura a bajar las escaleras empinadas, que separan su departamento de la puerta que da a la calle. Saluda con una sonrisa, sube seguro y comenta que la arquitectura de las casas de alquiler no es solidaria con las personas con discapacidad.

El hogar está en orden y Mili recostada, porque “por ahí se aburre de escucharme y se va a la habitación”, dice Luis. Desde el pasillo, se escucha una voz que saluda, mientras se acerca. Avanza por el suelo con ayuda de sus manos y sus pies. Se ubica en la punta de la mesa, trepa a la silla y comienza el paseo por su vida.

Se debe tener en cuenta a las personas con discapacidad en el diseño de oportunidades laborales, espacios y productos de consumo.

“Soy Milagros”

Se llama María de los Milagros Roldán. Nació en Santa Fe Capital hace 39 años, en una familia humilde. A los 5 años pudo tener su primera casa, con un gran sacrificio de sus papás. “Yo tenía una enfermedad que se llama Osteogénesis imperfecta que me dejó secuelas y tengo piel de mariposa de cristal. Soy la número ocho de catorce hermanos y tengo cuatro por parte de mi papá”, dice y agrega que la pérdida de la visión fue provocada por un cáncer en los ojos que tuvo de bebé.

Con tanta gente, había pocos momentos para aburrirse en su casa, pero confiesa que mucho no le gustaba, porque tiene síndrome de Asperger, lo que la hace ser muy exclusiva. “Mi hermana gemela me tocaba mis cosas y tuvimos que vivir separadas un tiempo, porque yo entraba en crisis. Ella no tiene ninguna discapacidad”, cuenta.

Cuando va hacia su infancia, piensa y concluye que fue horrible. “Me trucharon la primaria por ser autista, rendí libre, con promedio de 99%, pero no me dieron los certificados”. Mas tarde, quiso entrar a la escuela de cocina, porque sueña ser chef, pero la rebotaron porque le faltaba la secundaria que no tuvo la posibilidad de hacer.

Además, no le gustaba ir a la escuela. “Como tengo voz de niñita y por otros complejos, me hacían bullying. En la escuela de ciegos también y yo no se defenderme, soy muy tonta, solo me sale llorar”, en medio de su relato, que ya no carga tristeza, ofrece el café prometido y baja de la silla.

Luis y Milagros, comparten las tareas de la casa.

Agarra la pava eléctrica que hay en una cómoda a su altura y pone agua. Luis la guía con afecto y comienza a convidar un poco de su propia historia.

“Soy Luis”

Luis Benegas nació en Centenario, y se crió en Vista Alegre, a orillas del río Neuquén. “Tengo ceguera total de nacimiento y mi infancia esconde el secreto de por qué escribo desde chico este libro que ya tengo terminado, aunque no editado”, comienza.

La familia de Luis se destruyó a temprana edad, cuando su papá violó dos de sus hermanas y su vida quedó a la deriva. “Se desató el ‘hagan lo que puedan’. Mamá no estaba acostumbrada a estar sola y criar a diez hijos, se le complicó. Era mucho, no había recursos. Mitad institución de la calle, mitad familiar, se construyó mi vida”, suelta con voz firme el prólogo de su propia historia.

Hizo la escuela, porque si no iba, le decían que la asistente social lo llevaría a un hogar. En los ‘90 la temática de la discapacidad no estaba tan en desarrollo, pero había empatía por parte de los docentes que hicieron que termine la escuela convencional. También fue a la escuela 7, de educación con adecuación en Neuquén, donde había profesionalismo puro.

“Hoy no usamos escuela ‘común o normal’, son escuelas convencionales, ni decimos ‘escuelas especiales’, son dedicadas a temática de la discapacidad”, explica, porque además de vivir la discapacidad, hace docencia sobre cómo lograr más inclusión en la sociedad.

Luis acompaña a Milagros para que se adapte al lugar.

El secundario lo terminó en Centenario y de ahí se fue a General Roca, a buscar trabajo a la Universidad del Comahue. “Es difícil conseguir trabajo. Está ese miedo que piensan ‘cómo vamos a hacer con él, no creo que trabaje’. Empecé la carrera de Comunicación y ahí conocí a la Asociación Grupo Inca, que eran estudiantes que se dedicaba a autoeliminarse barreras de todo tipo en la universidad”.

Hoy hace una columna en la radio Antena Libre sobre discapacidad, es actor de campañas de concienciación en Canal 10. Tiene su propia productora y en la página Sociedad Real comparte textos, reflexiones y todo lo que hace.

“Nosotros”

Van al piano. Ella se sienta en una silla, con una frazada doblada abajo, para conseguir altura. Dice que nada está a su alcance, ni hecho a su medida en este mundo. Él se acomoda a su lado. Los dedos sobre las teclas y la música invade la sala. Canta “Volver a empezar”, mientras la luz del mediodía se filtra por una ventana alta que los ilumina. Allí cuentan la historia de los dos.

Entre las personas ciegas, suelen armar grupos de Whatsapp, Facebook, con hasta 50 participantes de todo el país. Reuniones en las que Luis se maneja como pez en el agua y para ella son muy antipáticas. No solo son para bromear, charlar o “tirar el anzuelo”, también hay talleres de cocina, tecnología, cuentos.

“En el día de la expresión yo compartía mis cuentos. Mandé narraciones grabadas, armadas en vivo, con sintetizadores”, recuerda mientras se acomoda.

Entre esos cuentos, estaba “Las cosas de los pueblos”, que a Mili le gustó. “Al grupo me obligó a entrar un amigo, nunca participaba, porque soy antisocial, no me gustan. Es más, al principio a Luis no lo bancaba, porque hacía chistes y se hacía el payaso”, confiesa ella entre risas.

Pero le preguntó por privado si le podía mandar el texto y empezaron a hablar. Todo era ameno hasta que le pidió una foto. Ella le dijo que no, porque tenía complejos. Pero Luis le juró que no le importaba lo que le podían describir, porque se queda con lo que hay adentro de las personas.

“El 21 de octubre del 2020, estaba en la pequeña cocina de mi casa, del plan de los Sin Techo en Santa Fe, sola, todos dormían y él me dijo que sentía cosas por mí. Yo también pero tenía miedo, porque había tenido una muy mala experiencia. Me dijo que probáramos. Dije que si”, Milagros se baja de la silla para volver al comedor.

En enero del 2021 todo estaba listo para viajar. Ella en la terminal, llena de ilusión con sus valijas esperó el colectivo, pero cuando llegó, no la dejaron viajar. Como no iba con acompañante, el chofer decidió dejarla, arbitrariamente, injustamente.

Lloraba de vuelta a casa desesperada, Luis no podía hacer nada, pero le prometió que en octubre la iría a buscar. “Un año de virtualidad, sin podernos encontrar. No la dejaron viajar cuando la CNRT le dio el pasaje.

La arquitectura no tiene en cuenta la discapacidad.

Estaba autorizada, pero en la puerta del colectivo, choferes con falta de empatía y desconocimiento, le dicen que no. Esas cosas pasan. Deberían capacitarse”, dice Luis que en octubre cumplió.

El día de su llegada, para Mili fue el más largo de su vida. Recuerdan ese primer encuentro, cuando no se animaban ni a dirigirse la palabra y cómo todo fue fluyendo y hoy muestran los nuevos desafíos que debe enfrentar a diario.

Milagros se para en el borde de la escalera, se agarra fuerte de la baranda, reincorpora su cuerpo y comienza a bajar escalón por escalón. Le resulta muy cansador, pero lo logra. Mientras bajan hacia la puerta de salida, la despedida con las hermanas y las amigas cuando dejó Santa Fe se hace presente.

Luis dice que fue muy emotiva. Ella se ríe y dice que no lloraba, que tenía una sonrisa de oreja a oreja ese día, aunque la noche anterior al viaje, los nervios la dejaron sin dormir. Cuando el colectivo empezó a moverse, sintió que fue un triunfo.

La familia se sorprendía de que él, siendo tan distinto, la eligiera. “Ellos son sobreprotectores y eso hizo que ahora, al ser ama de casa y tener que hacer las cosas sola, me cueste o sienta miedos, pero lo estoy superando muy bien. Cada día es una batalla ganada y una conquista porque aprendo”, dice y minutos antes de despedirse deja un mensaje “quiero contar que soy feliz, decirle a la gente que se anime a buscar, a soñar y arriesgar, porque como dice el refrán el que no arriesga no gana y yo gané”.

En las redes

Luis hace una columna en la radio Antena Libre sobre discapacidad y tiene su propia productora. En la página de Facebook Sociedad Real comparte textos, reflexiones y todo lo que hace.

(Gentileza lacomuna)

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