La pregunta cayó como un misil en el living familiar de los Calió – Fernández. Guadalupe, la protagonista de esta historia, nunca había asistido a una escuela especial. Y con las limitaciones a cuestas, arrasaba con todos los prejuicios que se le enfrentaron. Había terminado la secundaria, cursaba una diplomatura en la Universidad de Río Negro, y viajaba sola desde su hogar, en Regina, hasta la sede universitaria en Roca. A su mamá, Malu Fernández, se le hizo un nudo en la garganta. Nunca se habían planteado esa situación y Guada ya tenía 20 años.

• ¿Por qué lo preguntás? -, respondió con un nudo en la garganta.
• Porque en el colectivo, el chofer le pidió a un señor que me diera el asiento. Y él dijo, ah, claro, a la chica Down. ¿Yo soy una chica Down?

Malu es docente de nivel inicial y tuvo que apelar a toda su compostura para que el nudo en la garganta no le atravesara la voz, poder hablar con la niña de esa condición especial y poder superar el momento. La respuesta de la adolescente fue tan simple: “yo no quiero ser una chica Down”. Y siguió con su conducta habitual: curiosa, activa para con lo que le despierta la atención, y con una alegría contagiosa.

“Tuvo que pasar un tiempo para asumir la pregunta y poder contar esa situación con naturalidad”, explicó la mamá. ¿Por qué nunca a una escuela especial? La familia jamás se lo planteó de esa manera. Ni bien superaron el impacto de la noticia, se enfrascaron para darle lo mejor que tenía a mano. Mamá docente, papá ingeniero, hermano mayor, hermana, se aplicaron en consolidar “la superfamilia”, al decir de Guada. Y desde los 15 días de nacida, cuando empezó la primera fase de estimulación, empezó una marcha vital que nunca se detuvo.

Cuando estaba por comenzar la etapa formativa, la terapeuta les acercó la propuesta de Casa Verde, una escuela mutual de Roca, que no puso ningún tipo de obstáculo. Y allí cursó el pre escolar, la primaria y la secundaria. Cuando estaba finalizando el quinto año los llevaron a una muestra de las diferentes carreras universitarias que se podían estudiar en Roca. Y Guadalupe quedó fascinada con la posibilidad de Cine en la Universidad de Río Negro, pero la opción era complicada porque la cursada se hacía en Bariloche. Quedaba la licenciatura en Diseño Visual.

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La familia Calió – Fernández no ahorra elogios para la Universidad de Río Negro, que no solo los contuvo, les ofreció todas las alternativas para que Guadalupe pudiera cursar con libertad y decidió apostar a una modalidad poco utilizada en las sedes académicas: la del “alumno vocacional”, en la que se desarrolla un trayecto formativo adecuada a la búsqueda de ese estudiante. “Le designaron un asistente pedagógico, los profesores entendieron cómo era la situación y los compañeros la fueron acompañando permanentemente”, explicó la mamá. Y Guada recibió su título en la Diplomatura Orientada en Proyección Visual.

“Pero Guadalupe no para. Hace unos días llamaron de la Universidad Siglo XXI para ofrecerle una media beca… Guada se había comunicado con ellos porque le interesaba una carrera”, cuenta una mamá que sabe de los esfuerzos que toda la “superfamilia” tuvo que hacer para llegar a este punto.

La llegada a los talleres ocupaciones de la Asociación Patagónica de Síndrome de Down fue algo tan natural como todo lo que le fue ocurriendo en la vida. La terapeuta acercó la propuesta a la familia para que Guada pudiera realizar actividades laborales y relacionarse socialmente con sus “pares”. Desde Apasido llegó la propuesta de realizar una pasantía en Canal 10 y luego tener una oportunidad laboral más formal en la misma empresa.

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Aquel concepto de “Chica Down”, Guadalupe lo transformó en “Chica Vocacional”, el libro en el que desarrolló su vivencia en la Universidad de Río Negro, en el que aplicó las técnicas aprendidas durante su trayectoria académica y que le permitió recibir su título universitario.

Un ejemplo de superación y de cómo enfrentar la vida con optimismo.