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“Se llevaron la mitad de mi vida y las ilusiones de un montón de gente”

“Se llevaron la mitad de mi vida y las ilusiones de un montón de gente”:

El dolor ante una pérdida puede convertirse en una presencia física permanente; un acompañante inoportuno que no nos quiere dejar. Y Andrea siente que deberá aprender a convivir con eso, porque Carlos Curruqueo no sólo era “la mitad de mi vida”, como repetirá en varias oportunidades durante la entrevista sino que “era mi compañero”. Una palabra en la que resume muchas cosas: “mi pareja, mi amigo, mi asesor, mi compañero en todo”.

Carlos Curruqueo desapareció el 14 de octubre del año pasado, cuando se dirigió a intentar el cobro de una camioneta que le había vendido a un amigo en la zona de María Elvira, en Cipolletti. Se hicieron averiguaciones en Migraciones, para saber si había salido del país. Se realizó una averiguación de paradero a nivel nacional. Se consultó a la policía de La Pampa para que lo buscaran en la casa de su madre. Nada se supo hasta hace 10 días, cuando casi por azar un peón rural se cruzó con algo extraña en la chacra, el techo de una camioneta enterrada. Luego se confirmó que era el utilitario del comerciante roquense, y que era su cuerpo el que encontraron en el baúl, envuelto en una lona. Cuatro disparos en la cabeza habían terminado con sus sueños.

Y Andrea empezó a sentir que el dolor iba más allá incluso de todo lo que tuvo que soportar antes con sus padecimientos. “Hasta que no apareció, sentí que era un dolor desgarrador. Una constante agonía hasta que apareciera. Y ahora que apareció es una agonía eterna. Porque no lo vamos a volver a ver”.

La mujer hace una pausa; respira hondo. Se adivina el nudo en la garganta y el esfuerzo vano por contener algunas lágrimas. “Pero seguimos adelante, porque a Carlos no le gustaría vernos así, tirando por la borda todo los que nos enseñó. Todo lo que fuimos aprendiendo, de sacar lo que viene con uno. Eso es lo que Carlos nos decía. Aprendé a olvidar y a sanar. Las enfermedades vienen cuando uno no sabe resolver algunos problemas del alma”.

Preguntas sin respuestas

A Andrea las preguntas se le hacen un nudo que ahoga. Por eso, cuando encuentra una oportunidad las lanza al aire para ver si alguien se anima a responderlas. Y la primera es para la justicia: “por qué se manejan con tanto desprendimiento por el dolor ajeno. Por qué no son más atentos a lo que uno, como familiar, les pide. En todo este tiempo demoraron pericias que hubieran sido muy importantes para la investigación pero no nos dejaron intervenir”, remarcó.

“Yo conocía la chacra de (Luis) Jiménez, estuvimos allí con Carlos. Sólo nos dejaron participar del primer allanamiento pero después, para los rastrillajes, nunca nos convocaron. Incluso la pericia con los perros rastreadores se la tuvimos que pedir nosotros”, sostuvo. Y repite: “hubiéramos podido aportar cosas”.

Las otras preguntas van para el matrimonio de Jiménez y Maira Lagos. La pareja dueña de la chacra donde habrían asesinado a Carlos (de acuerdo a las pericias acumuladas hasta el momento). La pareja con la compartieron almuerzos y eventos sociales. “La audiencia de formulación de cargos iba a ser virtual; a último momento se confirmó que era presencial y ya no pude viajar a Cipollettti. Pero me hubiera gustar estar para mirarlo a la cara (a Jiménez) y que me diga de frente por qué lo hizo. Quiero saber por qué… Ya sé que a Carlos no me lo van a devolver pero necesito saber. Si fue por dinero… pero no creo que fuera por eso, no sé. La justicia se deberá encargar de averiguarlo”.

Pero a Andrea no le cerraba mucho el carácter de Jiménez. “Siempre sentí algo amenazante; él decía que era un sicario, que tenía algunos muertos. Y mostraba armas. También decía que si le reclamaban lo de la camioneta algo podía pasar”, resumió la mujer.

El último almuerzo

Aquel jueves 14 de octubre Andrea almorzó con Carlos Curruqueo. Charlaron, hicieron planes para la noche. Carlos quería cenar alrededor de las 11, porque iba a acercarse hasta lo de Jiménez y pensaba volver medio tarde a Roca. “Quería festejar; él siempre encontraba un motivo para festejar. Se había recibido de gestor de automóviles; y yo había terminado mi capacitación nacional de acompañante terapéutico. ¿No querés que te acompañe?, le pregunté. Me dijo que no. Vamos a celebrar por las cosas lindas por venir, corazón. Así me dijo”.

Eran más de las 4 de la tarde ya. “Tené cuidado”, le dijo Andrea. Tenía miedo de que le pase algo. “Pero Carlos era muy confiado; creía en la gente; en su buena voluntad. Y fue así siempre. Con decirte que cuando vendía un auto, lo vendía con todos los papeles y la plata a pagar en cuotas. Así fue como le entregó la camioneta a Jiménez”, explicó.

Pero la gestión de Curruqueo se fue alargando durante la tarde y llegó un momento en que ya no respondió más. Hubo una última llamada entre Andrea y Maira Lagos. “Es cierto, charlamos un largo rato por teléfono. Ella me contaba todo lo que Jiménez le había dicho. Que mi Carlos había estado allí, que se habían ido a los corrales, que se había subido a la camioneta y se había ido. Eso es otra cosa que quiero que me explique. Por qué me dijo todo eso que ahora sabemos que eran mentiras”, puntualizó.

Otra vez toma aire, respira hondo, como para desalojar fantasmas y nudos molestos. Allí, en esa pausa, busca el recuerdo que le permita continuar con su vida. “Porque Carlos fue lo mejor que me pasó en mi vida. Como compañero, como pareja, como trabajador. Me estaba ayudando a recuperar a muchos pacientes que no se podían mover por sus dolores. El era huesero y sabía mucho”, recordó. Y lo sintetizó en una frase: “era una persona siempre positiva, optimista. Era un ser lleno de luz”.

 

 

 

Gentileza anr

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