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Un centenar de años y una gran historia para contar: «Día a día, me motiva saber que puedo llegar a pegar ladrillos de nuevo»

La historia de Carlos comenzó en Temuco y luego, por cuestiones del destino, relacionadas a la busqueda de trabajo y nuevas oportunidades llegó a Argentina, particularmente a Mendoza el día 27 de julio de 1950. En el camino, en medio de tantas vivencias y anécdotas encontró la fórmula mágica que le permitió cumplir cien años.

Demostrando que con el paso de los años su memoria no ha dejado escapar ni un solo detalle de su vida, le contó a un medio roquense gran parte de esos momentos que resultaron ser claves en la llegada a nuestro país. Recordó el nombre del amigo que lo recibió en Bahía Blanca, luego de su breve paso por Mendoza, su primer trabajo, que hizo con el primer sueldo y como fue su viaje a Roca.

«Llegue a Argentina a los 26 años, el 27 de julio de 1950. Estuve 10 años trabajando en Bahía Blanca y luego vine acá (General Roca)». «Vine a trabajar, porque en Chile solo había para un par de meses, después tenías que salir a la cordillera o a los campos. No había trabajo fijo».

Mientras, sonaban clásicos del chamamé de fondo y sus compañeros y compañeras del Club de Día comenzaban a llegar, trayendo abajo del brazo diferentes exquisiteces para comer durante la mañana, regalos y sobre todo una gran sonrisa y ganas de compartir ricos mates, Carlos seguía narrando su vida.

«Vine solo y hasta la época también estoy así». «En Chile, los únicos que quedan en mi familia son los tataranietos de mi viejo, pero ellos no me conocen a mí».

«No extrañé nunca Temuco, tenía mucho deseo de venir a Argentina. Trabajé en la mina de carbón. y acá llegué a trabajar en la construcción hasta que llegué a hacer albañil».

Además de admirar su memoria ante cada recuerdo que compartía muy amablemente, entre lagrimas por revivir aquellas primeras semanas, meses y años en Argentina, su energía y alegría también son para destacar. Nos dejó en claro que la edad es solo un número y lo que realmente importa es la fuerza de voluntad que cada persona tenga. 

«Día a día, me motiva saber que puedo llegar a pegar ladrillos de nuevo. Estuve bastante jodido, pero ahora no. Todos me dicen comprate unas muletas o un baston, pero yo no, ando así no más, con el tiempo me puedo mejorar».  Asimismo mencionó que eso lo heredó de su abuelo, diciendo que: «Tenía 100 años y hacía tranqueras, tranquillas, cercos, de todo. A lo mejor puedo hacerlo yo, no pierdo nunca la esperanza».

Olga simón, coordinara del club y sus compañeras de trabajo organizaban las mesas para poder degustar una rica torta, sándwiches, tartas de gelatina y otras delicias. El termo y mate se habían vuelto el centro de la conversación de quienes ocupaban las primeras sillas del salón. 

El cumpleañero interrumpió la línea cronológica de su relato para contarnos que consejo les daría a la juventud y precisó: «Que sean honestos nada más y trabajen». «Lo que pasa con la juventud es que no hay respeto a nada».

Antes de continuar, recordemos que la Organización Mundial de la Salud en su última actualización, estima que la esperanza de vida en Argentina se apróxima a los 75 años y a nivel mundial a los 72. Pero, existen casos, como el de Carlos Saavedra que resultan ser excepcionales cuando las personas superan con creces esa edad. Sin embargo, si bien muchas alcanzan esa cantidad, lo hacen padeciendo diferentes dolencias agudas, habituales o crónicas, que suelen acompañar a la vejez. Sin dudas, no solo depende de la edad, sino también de la genética y el estilo de vida.

Respecto al factor genético, compartió el siguiente dato, rememorando sobre sus padres y abuelos:

«Mis padres murieron de 100 años para arriba. Mi abuelo murió a los 135 años, mi abuela a los 120, mi viejo tenía 118 y mi madre 108». 

«Mi abuelo (materno) nació en España y se llamaba Juan Bautista Barriga y mi abuela, Lorenza Neiras. Mis padres, Adrán Saavedra y Ana Luisa Barriga. Ellos me criaron hasta cuando pude salir a andar, como a todos los hijos. Los viejos lo crían a uno nada más y despues salí a buscar el pan solo».

En tanto recapitulaba su vida, dijo: «En su momento no tenía el deseo de casarme. Yo nunca pensé en casarme. Son maneras de vivir».

Reconstruyendo sus primeros pasos en el país, logró recordar el nombre de su gran primer amigo, Carlos Barrientos y evocó la siguiente anécdota:

«Previo a llegar a Bahía un amigo me dijo: ‘yo te voy a buscar trabajo acá y cuando llegues vas a tener'» Renunció y se vino. Demoró meses en entrar, pero trabajaba en changas y dijo: «Ganaba más plata que trabajando con un patrón, pero yo buscaba la jubilación, si vivía de changas no la iba a tener».

«Llegué a Mendoza en un tren, que lo tomábamos en Chile, en Los Andes y atravesamos la cordillera. Estuve 9 días ahí porque la línea estaba cortada. Viví en una pension y después en un hotel que estaba en la estacion de Mendoza».

Mientras miraba al frente, como si estuviese viendo pasar los años que narraba delante suyo, comentó que fue cuatro veces a pasear a la tierra del sol y del buen vino y preguntó que fue de ese lugar y le dijeron que nadie lo conoce, haciendo referencia a la estación y el hotel.

«Me radiqué a los 53 años acá en Argentina. Trabajé en Fundición Bahia Blanca, en los hornos donde fundía las partes de las ruedas grandes de los camiones». «Luego el ingeniero mayor de la fábrica en donde se prepara la tierra para fundir hierro, fierros, cobre, bronce, plomo, ‘¿me dijo queres ir a trabajar ahi? y yo vine a Argentina para trabajar nada más, así que le dije que sí».

Aunque dijo tener mala suerte porque llegó una orden para sacar a todos los extranjeros, porque los argentinos reclamaban que les quitaban el trabajo. «La fabrica quedó parada. Creo que se terminó y se fundió», dijo.

«En julio del 1950 llegué a la estación Sur de Bahía Blanca, había un barrio donde vivían entre 5000 y 6000 chilenos. Estuve un tiempo ahi, y después cuando me quedé sin trabajo me fui a la plaza y me acerqué a unos muchachos, que eran chilenos y bolivianos y pensaban ir a General Roca, donde trabajarían en una planta electrica pero no llegué a pedir trabajo ahi». 

Reviviendo sus primeros pasos en Bahía Blanca, relató como fue vivir con su gran amigo, cuanto recibió por su primera changa y que hizo con lo que había cobrado: 

«En la primera changa que hice fui a vaciar camiones de ladrillos de ceramicas. Nosotros entramos a las 6 de la mañana, salímos a las 12 y nos dieron 500 pesos».

Entre tanto que contaba su historia, mencionó que antes, a Bahía llegaban camiones que vendían de todo: «No faltaba nada, hasta ropa vendían, estaba parado y bajaban bolsas de papas, harinas y latas de aceite».

«Yo estaba en la casa de mi amigo y tenía que abrigar la olla. Yo hacía la comida.  Entonces bueno, bajé una bolsa de harina, papas, cebollas, aceite y medio cordero, una damajuana de diez de litros de vino y una lata de grasa. Pagué con los 500 y me dieron 300 y algo de vuelto».

«Estuve un año changueando. el billete era abundante, ibamos a comer abajo de unos tamariscos y habían como mil parrillas llenas de carne, chinchulines, tripa gorda y demás. Puse 50 centavos comÍ y lleve carne».

Cuando llegó a Roca, aproximádamente en el año 1960, dijo haber trabajado en un edificio grande y después cinco años en la Municipalidad, luego, se fue a Villa Regina e hizo lo mismo, desempeñó diferentes tareas en el municipio de esa localidad.

«Sembraba los tubos de los caños de las cloacas, los que van enterrados a siete metros y en otra parte a dos o tres metros». Especificó.

Particularmente, ante ser consultado por el tradicional mate argentino. dijo:

«No, tomé nunca mate. Muchos me invitaron a tomar mates, pero no». Además, resaltó con orgullo: «Nunca fumé».

De igual modo, haciendo referencia a tradiciones de Argentina, como puede ser el deporte y el fútbol, afirmó jugó hasta los 21 años, pero tuvo que dejar para ir a trabajar y se refirió al club del cual es hincha:

«Soy de River, nunca fui de otro equipo hasta la época, por ahí andamos mal como todos los equipos, aunque hay hinchas que por su equipo anda mal lo abandonan, pero yo nunca me cambié. Hemos tenido momentos increíbles».

Después de disfrutar una entretenida charla, Olga le contó a un medio roquense que Carlos Saavedra lleva viviendo con ellas muchos años. Anteriormente, donde hoy se encuentra el Club de Día, en calle Santa Cruz 2276, explicó que:

«Funcionaba un espacio diurno para adultos mayores, el cual cerró en pandemia. Lleva con nosotras más de 30 años siendo parte».


Gentileza anr
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