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Una ciudad marcada por los aluviones y el deseo de progresar

Una ciudad marcada por los aluviones y el deseo de progresar
Una ciudad marcada por los aluviones y el deseo de progresar:

Durante décadas, los roquenses esperábamos el verano con una mezcla de alegrías y ansiedad. Con el fin de año llegaba el buen tiempo, la etapa de la cosecha y el trabajo que se desarrollaba a su alrededor. Pero también había ansiedad y una suerte de temor reverencial. Durante enero y febrero se generan las condiciones ideales para la formación de tormentas convectivas, terribles eventos que descargan sus precipitaciones en cuestión de minutos. Si la lluvia era sobre el valle, no pasaba de algún inconveniente menor. Pero si en cambio caía sobre la barda norte, había que estar preparados. Miles de metros cúbicos de agua y barro circulaban por el cauce seco que antiguamente descargaba naturalmente hacia el río, cruzando por el centro de la nueva ciudad.

El coronel Jorge Rohde tomó la decisión de trasladar el antiguo poblado cuatro kilómetros hacia el noroeste, luego de que la impactante crecida del Negro destruyera prácticamente todas las edificaciones. En julio de 1899 el Fuerte quedaba atrás para buscar la seguridad de una zona más alta. Pero el nuevo emplazamiento no carecía de peligros. El salesiano Alejandro Stefenelli le advertía al jefe militar: “Llévelo nomás al pueblo a donde quiere. Las avenidas de las bardas se lo van a arrasar”.

Al final, no fue tanto ni tan poco. Muchas veces, el torrente descontrolado que bajaba desde la meseta sorprendió a las familias en momentos de descanso y producía el trágico saldo de muertos y desaparecidos. Pero los roquenses se aferraron a esa ciudad que estaban conformando y fueron realizando las obras necesarias.

En 1953, el centro de la ciudad actual estaba bastante compactado y naturalmente se fueron tapando varias escorrentías naturales. Ese año se registraron lluvias importantes en el sector las bardas y las casas quedaron tapadas con un metro de barro. En ese año se diseñó un sistema que, pensaban, podría ponerlos a salvo: canalizar las calles Maipú y 9 de julio para conducir la mayor parte de los caudales. A partir de ese año, ambas arterias tomaron su actual fisonomía: una calle abovedada, con veredas altas que en algunos casos superaba la del propio terreno.

Y los frentistas tuvieron que tomar sus propios recaudos: se colocaban sistemas de compuertas en todos los accesos, que cerraban los días de lluvia para contener la inundación de las viviendas. Se guardaban bolsas de arena como sistema adicional de protección ante la presión de aquellos aluviones. En 1963 empezó a funcionar la radio AM de la ciudad: LU18, que tenía las instalaciones centrales en una vivienda de la familia Cozzi en la misma calle Maipú. Técnicos, periodistas y locutores armaban sistemas de emergencia para mantener informada a la ciudad, mientras ellos mismos luchaban para evitar las consecuencias del agua.

Si algunos pensaron que con la canalización de las calles habían encontrado una solución, muy pronto se dieron cuenta del error. En 1966 se produjo una tormenta que descargó 60 milímetros en la zona norte, en pocas horas. Hubo varios muertos y un pueblo consternado suspendió la Fiesta de la Manzana para abocarse a las tareas de rescate. El pueblo había quedado, literalmente, tapado por el barro.

Ese mismo año comenzaron las gestiones para conseguir una obra que fuera una solución más concreta. El dique de defensa Roca, que corta la descarga natural hacia la zona baja, se inauguró el 25 de febrero de 1969. La idea de esta obra era contener la llegada de la inundación para ir moderando la descarga hacia el río. La prueba de fuego ocurrió algunos meses después: el 17 de abril contuvo un aluvión. Eso sí: la ciudad continuaría partida a través del eje Maipú – 9 de julio – Mendoza, que seguía siendo el derivador del cauce hacia el río.

Pero este sistema era insuficiente y muy pronto la naturaleza se encargó de demostrarlo: el 12 de marzo de 1975, en cuatro horas cayeron 180 milímetros de agua. Se calcula que el 80 % del ejido roquense sufrió el impacto, con un volumen de 18.000 metros cúbicos de arena, barro y piedras que se acumularon en la superficie. El sistema defensivo del dique Roca, que controlaba la cuenca aluvional, había sido superada. Y a eso se le sumó los efectos de la cuenca Catini, que descargaba efluentes de una superficie de 3.000 hectáreas ubicada al noreste de la ciudad.

En marzo de 1980 se produjo una de las últimas tormentas que partían la ciudad histórica, para sorpresa de los recién llegados. El torrente bajaba a toda velocidad y había que dejarle paso: autos, camionetas o camiones livianos, no eran obstáculo para la búsqueda de su destino final.

Por eso hubo que pensar en un sistema de contención aluvional que diera respuestas a los pedidos de seguridad de los vecinos, pero que también asegurara el futuro desarrollo urbano de Roca. En 1986 se terminó la construcción de los diques Catini y J.J.Gómez, que terminaron de controlar la situación y, hasta ahora al menos, hicieron que aquellas inundaciones se convirtieran en una anécdota familiar.

 

Gentileza anr

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